

Una de las pocas mujeres de la mafia yakuza busca redención en Japón
Las dos falanges que le faltan en el meñique delatan el pasado criminal de Mako Nishimura, una de las pocas mujeres que han pertenecido a la mafia japonesa yakuza y que hoy dedica su vida a ayudar a antiguos criminales a reinsertarse en la sociedad.
La lucrativa red criminal de la yakuza controló por años el narcotráfico, los casinos clandestinos y el comercio sexual en el archipiélago asiático. Pero el imperio se ha desmoronado a medida que sus miembros disminuyen y se han endurecido las leyes antimafia.
Una mayor represión policial redujo los integrantes de la yakuza en el país, por debajo de los 20.000 el año pasado, algo inédito desde que se empezaron a recopilar estadísticas en 1958.
Nishimura, de 58 años y con el cuerpo cubierto de tatuajes de dragones y tigres, se ha movido intermitentemente durante tres décadas en el brutal mundo y la implacable jerarquía de esa mafia.
Los delincuentes de las bandas rivales "me despreciaban simplemente por ser mujer, lo que yo detestaba", confiesa a la AFP en su pequeño apartamento en la prefectura rural de Gifu, en el centro de Japón.
"Quería que me reconocieran como yakuza", dice. "Así que aprendí a hablar, a comportarme y a pelear como un hombre".
Afirma que las autoridades la reconocieron oficialmente como la primera mujer yakuza después de ser encarcelada por posesión de drogas a los 22 años.
Sin embargo, Nishimura, delgada y con el cabello teñido de rubio, dio la espalda al crimen organizado.
Ahora se gana la vida en obras de demolición, uno de los pocos oficios que tolera sus tatuajes.
También apoya a otros antiguos mafiosos y se enorgullece de dirigir la sede en Gifu de la Gojinkai, una asociación dedicada a la reinserción de exdelincuentes.
Yuji Moriyama forma parte del grupo de antiguos matones de mediana edad que Nishimura dirige cada mes para realizar operaciones de recolección de basura.
"Es como una hermana mayor. Nos regaña cuando es necesario", cuenta Moriyama, de 55 años, recordando una vez en la que ella lo obligó a arrodillarse para pedir perdón.
"Me dio un miedo terrible", dice riendo.
Para Nishimura, "la idea de hacer algo bueno por los demás" le da "confianza". "Poco a poco vuelvo a ser un ser humano como los demás", afirma.
– "Reyes de los matones" –
Criada en una familia estricta, Nishimura se fugó de casa en la adolescencia y cayó en la criminalidad, uniéndose a una gran organización yakuza a los 20 años.
Las peleas, las extorsiones y el tráfico de drogas se convirtieron en su día a día, y llegó incluso a cortarse un trozo del dedo, un acto ritual de penitencia entre los yakuza.
A finales de los veinte, abandonó la delincuencia para casarse y criar a su hijo, lo que le valió ser "excomulgada" por la mafia.
"Por primera vez, sentí un instinto maternal. Era tan bonito que habría dado la vida por él", cuenta.
Emprendió luego estudios relacionados con la salud, pero la expulsaron por sus tatuajes.
Sin saber a quién acudir, volvió a caer en el tráfico de sustancias. Hacia los cuarenta y tantos, fue readmitida en su antiguo clan, pero lo encontró empobrecido y privado de "dignidad".
Los yakuza prosperaron en el caos de la posguerra en Japón, a veces percibidos como un mal necesario para mantener el orden en las calles.
Todavía existen gracias a un vacío semilegal, pero las estrictas leyes contra las pandillas han reducido el alcance de sus actividades.
"Los yakuza eran los reyes de los matones", dice, pero, conmocionada al ver a su antiguo jefe luchando por llegar a fin de mes, abandonó completamente ese mundo poco después de cumplir 50 años.
Hoy en día, Nishimura ha encontrado un nuevo mentor en Satoru Takegaki, presidente de Gojinkai y antiguo gánster de renombre. También los ingresos de su autobiografía, recientemente publicada, le ayudan a ganarse la vida.
"Creo que los yakuza seguirán decayendo", dice. "Espero que desaparezcan".
T.Murphy--MP