

El combate de las mujeres escultoras para existir en la época de Camille Claudel
En los años 1900, varias escultoras lucharon contra el obstáculo de ser mujer en un mundo dominado por los hombres para seguir su vocación, como Camille Claudel, a menudo relegada a la sombra de Auguste Rodin. Una exposición en Francia las saca por fin del anonimato.
Unas 90 esculturas, retratos pintados, dibujos, fotografías y correspondencia se exponen hasta enero en el museo Camille Claudel de Nogent-sur-Seine, a un centenar de kilómetros al este de París.
En la muestra se descubre cómo estas mujeres, excluidas de la enseñanza artística y consideradas demasiado débiles para trabajar el mármol, lucharon para abrirse camino.
"Desde su llegada a París en 1880, Camille Claudel, de 16 años, se unió a una escena artística ya marcada por su presencia y que no estaba dominada sólo por hombres", explica a AFP Pauline Fleury, comisaria de la exposición junto a Anne Rivière, historiadora del arte y una de las primeras en devolverle el estatus de artista por sí misma a quien durante mucho tiempo permaneció en la sombra de su maestro y amante Auguste Rodin.
Entre estas escultoras de diversos orígenes sociales, francesas y extranjeras atraídas por el París artístico de la Belle Époque, algunas ya eran reconocidas, pero pocas conseguían encargos públicos.
Entre ellas, Marie Cazin, Charlotte Besnard, Jeanne Itasse, Laure Coutan-Montorgueil o Marguerite Syamour avanzaban bajo la tutela de un marido o un padre artista.
La activista feminista Blanche Moria, hija de un fabricante de velas y una costurera, luchó sin descanso por los derechos de las mujeres a acceder a la educación y al trabajo. "La mejor respuesta era el trabajo: ellas trabajaron", afirmó entonces.
- Solidaridad femenina -
En aquella época, las mujeres estaban excluidas de la Escuela de Bellas Artes de París, donde no serían admitidas progresivamente hasta 1897. "Muchas se unieron a talleres privados como la Academia Colarossi, donde tenían acceso a modelos", recuerda la comisaria.
Entre las que acudían a estos lugares figuran Madeleine Jouvray, hija de cartoneros franceses que se convertiría en una de las operarias del taller de Rodin, y también artistas británicas como Jessie Lipscomb o las escandinavas Sigrid af Forselles y Carolina Benedicks-Bruce.
"La escultura tradicional, el mármol y el bronce son caros, al igual que el recurso a operarios", señala Fleury.
"También comparten sus espacios de trabajo personales y crean verdaderas redes de solidaridad femenina. Cinco de ellas estuvieron durante un tiempo en el mismo taller que Camille Claudel, que encabeza el grupo", añade.
En algunas fotografías y retratos cruzados se ve a las artistas cómo se pintan y se esculpen entre ellas para paliar la falta de modelos profesionales.
Auguste Rodin supervisaba el lugar. Las jóvenes se unieron entonces a otras aprendices en el "Dépôt des marbres", donde el autor de "El pensador" instaló otro taller.
En el momento de la práctica, los alumnos y el maestro se confrontaban a un mismo tema. Tres esculturas representan la cabeza de Giganti, un conocido modelo italiano: "La muy expresiva de Camille Claudel, la versión bastante clásica de Jessie Lipscomb y la estilizada de Rodin", comenta la comisaria.
En torno a Rodin, escultoras como la escocesa Ottilie Maclaren y las suecas Agnès de Frumerie y Ruth Milles evolucionaron hacia el simbolismo. Camille Claudel, que rompió con él en 1893, realizó entonces "Cloto", una escultura en yeso que representa un cuerpo femenino sin maquillaje, envejecido.
La exposición se termina con una nueva generación de escultoras como las francesas Anna Bass o Jane Poupelet y la belga Yvonne Serruys, que volvieron a la pureza y la simplicidad de las formas.
Sus obras se expusieron junto a las de Camille Claudel en Zúrich en 1913, momento en el que la escultora desapareció de la escena artística tras ser internada en un hospital psiquiátrico.
J.P.Hofmann--MP